Desigualdad, abusos, mayores costos de la vida, malas pensiones, falta de acceso a la salud y educación, privilegios para algunos, etc., son el tipo de expresiones que se escuchan para intentar explicar el gran malestar social que se ha expresado en nuestro país en estos días.
Pero ¿Cuál es realmente el fondo del asunto? Creo que lo que hay ala base es un gran choque de valores y condiciones.
Lo que expresa el estallido social no es otra cosa que la creciente insatisfacción de ciertos valores que impulsan a los chilenos(as) y que ven atentados en su cumplimiento desde la forma en que perciben funciona nuestra sociedad. Y me parece que dentro de todos hay uno que es fundamental: el valor de la autodeterminación personal. Este valor, posicionado fuertemente producto del desarrollo del modelo neoliberal en nuestra sociedad, crea un mandato social omnipresente en la mayoría de nosotros: progresar es una cuestión que depende del propio esfuerzo y desempeño. Es la idea del progreso desde el emprendimiento personal de la propia vida, que en extremo llega a estar desmarcado totalmente de la institucionalidad, como fue el caso de nuestra sociedad en el período de los 90 a los 2000 aproximadamente.
Pero esta forma individual de enfrentar la vida tiene un supuesto clave: que la sociedad debe hacer disponibles los soportes y herramientas sociales necesarias para efectivamente lograr y progresar. Nos referimos con esto último a la tan ansiada igualdad de oportunidades, que no es otra cosa que la igualdad que todos deben tener para que, desde el esfuerzo y desempeño personal, puedan alcanzar los objetivos y la vida que se aspira. Dicho de otra manera, es el esfuerzo y el desempeño personal el que debe conducir al progreso y no las desigualdades de condiciones.
¿Pero qué ha ocurrido en nuestro país? Paralelamente a la fuerte internalización de esta ideología de “meritocracia individual”, se ha ido instalando también una fuerte sensación de injusticia en la forma en que se distribuyen las posibilidades de progresar y desarrollar libremente la vida que se quiere tener. Y no sólo se han establecido desigualdades estructurales en las posibilidades, sino que además se han ido generado restricciones permanentes a esta autodeterminación también de manera desigual. Creo que las desigualdades más estructurales estaban medias aceptadas a regañadientes, desde una sociedad históricamente marcada por las diferencias de clases. Pero con lo que no se contaba y que resultó menos posible de aceptar era con el segundo ingrediente: continuas restricciones desiguales a la calidad de vida y el progreso. Un ejemplo simbólico de aquello es el aumento de la tarifa del Metro.
Uno podría erróneamente entender el estallido social como una pura insatisfacción económica, ya que de hecho se expresa en reclamos de este tipo (malos sueldos, malas pensiones, colusiones millonarias, aumento de los servicios básicos, subida del transporte, etc.). Pero lo que creo hay a la base es un gran clamor por poder autodeterminarse libremente en un contexto de relativa igualdad de oportunidades y restricciones. Cuando se siente que las oportunidades son sólo para algunos y las restricciones son sólo para otros, se produce un malestar cruzado, donde los primeros no entienden la protesta y los segundos desarrollan una creciente frustración y odiosidad hacia quienes lideran y/o se ven privilegiados.
En una sociedad que ha internalizado una lógica individualista y meritocrática de desarrollo y progreso, no hay nada que produzca más malestar y odiosidad que la desigualdad en las oportunidades y las restricciones.
Debemos reconocer que todos los chilenos y chilenas tenemos un sustrato cultural híbrido, en el que se mezclan la ideología de desarrollo individualista, producto de la corriente neoliberal instalada en nuestro país a partir de los 80s, y la ideología igualitaria, que se comienza a desarrollar a partir de la vuelta de la democracia. Y, por lo tanto, la fórmula de solución al malestar social debe reconocer esta mezcla y que no es otra cosa que satisfacer la aspiración que todos los chilenos(as) tienen de poder autodeterminar su progreso y proyecto de vida, pero generando recursos, condiciones y soportes sociales que le permitan a todos tener y sentir que tienen similares oportunidades. Lo primero es terreno de las personas, pero lo segundo del Estado, las instituciones y las empresas.
Esa podría ser la lógica que debe tener nuestro nuevo pacto social.
Por Patricio Polizzi R., Psicólogo Universidad de Chile, MBA Universidad Adolfo Ibáñez, Profesor de la Escuela de Negocios de la Universidad Adolfo Ibáñez, Fundador y Director General de la consultora Visión Humana
Fotografías Jacob Riquelme