Hoy y al cabo de unas semanas de haber vivido uno de los hechos más relevantes de rebeldía y migración masiva de WhatsApp a Telegram y Signal, hablar del tema ya es obsoleto. Las velocidades van de la mano de un patrón de comportamiento orgánico de cambios radicales al que ya podríamos denominar un perfecto estallido social on demand ante el imperio de las aplicaciones y la data personal de cada persona que navega cual inocente pez en el líquido planeta de las redes sociales.
No es novedad y todos lo sabemos, apenas firmamos los contratos kilométricos que no leemos al suscribir Facebook, Instagram, Twitter y Linkedin entre otras, estamos entregando información privada y una data importante que luego llega a parar a los sistemas de seguridad de nuestros y otros gobiernos cuyo fin es el control para proteger el sistema del capital y las grandes corporaciones, y de paso favorecerse en el Nasdaq a costa de millones de incautos.
En eso estamos hoy, ahí navegamos. Tomamos la decisión, cortamos y nos cambiamos porque las alternativas que existen son mejores para nuestra seguridad y privacidad. Por más que los medios tradicionales inventen noticias como que Telegram es la red de comunicaciones interpersonales favorita de los terroristas sin precisar a que terroristas se refiere: ¿El que proviene de un estado de control o a los usuarios?
Lo interesante y alucinante es lo que estamos observando hoy a un ritmo desbocado y brutal. Cada segundo que pasa sucede que millones de personas están moviendo la brújula del poder al unísono con el arma más poderosa que existe, la conciencia y el lenguaje convertidos en un dato que pasa de unos a otros por los mismos canales creados para agrupar y extraer la información, pensamientos, deseos, sueños, emociones de cada uno de nosotros, explotando en el centro del poder de manera radical, extraordinaria, masiva e incontrolable.
Este mundo ya cambió, la noción de futuro no es relevante, estamos cada segundo en un futuro que expira el próximo segundo que viene y seguimos pegados pensando que las redes sociales son una genial fuente de comunicación, vínculo, entretención e información, y las marcas siguen invirtiendo en ellas como si nada pasara.
Mientras lees esto hay millones de personas en todo el mundo que muy pronto ya no te van a seguir en Facebook o que tus contactos ya no están disponibles en tu nueva versión de WhatsApp, que tus clientes ya no están hablando o encontrando todo fantástico en Instagram o en YouTube.
Prefiero comenzar a hacerme las preguntas que deberemos empezar a responder desde ahora, desde lo particular a lo más profundamente global:
¿En que nos convertiremos después de que el sentido de comunidad tiene su propio autocontrol en sí mismo?
¿Para que servirá la Big Data como una fuente dinámica imposible de almacenar producto de estas migraciones a espacios donde no se podrá extraer información a partir de mañana?
¿Qué hacer con los stakeholders en las redes sociales si estos migran a otras donde no podré tener acceso como empresa o gobierno?
¿Cómo hablarle a mis clientes si estos ya no están donde yo sabía que estaban?
Tal vez empieza un nuevo capítulo en la historia del control del Gran hermano, que puede ser también una versión diametralmente opuesta a la mítica Novela 1984 de George Orwell. Quién sabe?
Está pasando ahora, bajo tus narices.
Por Guillermo Grebe Larraín / Director de Artemedios / Presidente del Colegio de Publicistas de Chile A.G.