La ola digital ha impactado fuertemente nuestros hábitos, pero el papel sigue siendo parte importante de nuestra vida. Solo en 2021 se dio el mayor aumento de venta de libros físicos en dos décadas.
Los hábitos de lectura y búsqueda de información han cambiado rápidamente en las últimas décadas. Incluso si esta mañana recibiste el diario, viste televisión y ahora estás leyendo esto desde tu celular o un computador es porque vivimos ya en un mundo híbrido donde convivimos todos los días con aparatos tecnológicos y el papel, que se ha mantenido ante los avances de la modernidad.
De hecho, la venta de libros físicos logró en 2021 el mayor aumento en dos décadas, impulsada por la pandemia y la búsqueda de textos de autoayuda. En España, el informe sobre el Comercio Interior del Libro destacó que el año pasado se produjo el mayor crecimiento del sector editorial en lo que va de siglo, un 5,6%, alcanzando una facturación de 2.576 millones de euros. En Latinoamérica, en tanto, la plataforma por Internet BuscaLibre –que vende libros físicos con entrega por correo- informó que creció un 28% el mismo año, donde las ciudades que más compraron libros fueron Santiago, Bogotá y Ciudad de México.
Ante esto, cabe preguntarse ¿por qué estas ventas no se traspasaron a los e-book? Varias investigaciones que ponen en jaque a los libros físicos con los electrónicos llegan a la conclusión de que ambos sirven a la lectura según las características y preferencias del lector. Por ejemplo, quienes tienen problemas a la vista preferirían tener la opción de agrandar las letras –lo que pueden hacer en los e-books- o buscar automáticamente sinónimos de ciertas palabras. Otros, dan preferencia a la concentración, el hojear un libro, sentir el aroma de esas páginas nuevas. Y es ahí donde reside la cuestión de fondo y que justifica que tanto los libros, como los periódicos y revistas convivan con la ola digital: nuestro cerebro procesa de forma distinta la lectura en papel, se encanta con el papel y lo prefiere.
La lectura del papel tiene un “sabor diferente” que la experiencia digital. Al leer de una pantalla, hacemos una lectura “no lineal” del texto, nuestros ojos saltan de un lugar a otro y priorizan ciertas partes de la información, porque hay más distractores que estimulan nuestra vista. Por ejemplo, los avisos en las páginas webs, notificaciones, tener que tocar sobre el mismo texto para dar vuelta la página, necesitar el mouse para mover el scroll o clickear. Todo eso nos desconcentra y hace más difícil que retengamos lo que estamos leyendo.
Una investigación hecha en Noruega en 2013 estimó que retener información se complejiza cuando leemos en las pantallas, ya que hay menos concentración y memoria. Cuando se lee en una pantalla, se activan áreas del cerebro con mucha más intensidad, pues hay más estímulos –videos, sonidos, colores–, pero la creatividad y la memoria se ejercitan más en un texto impreso. Por otra parte, varios estudios han comprobado que la vista se fatiga más con una pantalla que con el papel. La lectura digital es física y mentalmente más exigente, por la luz y los pixeles que estimulan nuestra visión.
Los psicólogos diferencian los procesos de recordar y de saber. Cuando recuerdas solo repites la información; saber, en cambio, es el sentimiento de que algo es verdad. Cuando la lectura se hace sobre un formato impreso, la sensación de saber es mucho más fuerte que la de recordar. Otro factor que influye en la lectura, y en su comprensión, es la actitud y la preparación mental con la que se aborda el texto. La gente que lee sobre pantallas tarda más en empezar a leer porque divaga, navega, se distrae. Cuando se acerca a un libro, su cerebro está más preparado para aprender.