Monte Carlo, distrito de la buena vida y enclave de poder para una familia real con mucho tesón, guarda muchos secretos.
Aparentemente reservada para el estrato más alto de la sociedad, Mónaco ha sido por mucho tiempo el campo de juego para el glamur y la riqueza mundial. Ubicado en este pintoresco microestado, lleno de las manicuradas calles donde las imágenes del F1 Grand Prix crean titulares a nivel mundial, magníficos edificios de inmenso valor histórico y una miríada de eventos culturales que atraen a millones cada año, el nombre de uno de sus distritos es también sinónimo de aventura.
Hoy, en día, Monte-Carlo no es solo famoso por ser el lugar donde la élite hace sus apuestas. Es un lugar transformado por su historia: en tiempos en que puedes jugar al blackjack online desde Chile y comprar películas sobre espías con tórridos romances y paraísos fiscales, la experiencia real fue facturada a través de muchos traspiés y un instintivo uso del marketing.
Monte-Carlo en la Belle Époque
Fundado en 1864, el Hotel de Paris Monte-Carlo es una de las joyas arquitectónicas de la ciudad, pensada por su fundador François Blanc para “sobrepasar todo”. Conteniendo la también famosa Casa de Ópera, la leyenda cuenta que este conglomerado fue levantado en un tiempo en el que el Príncipe Carlos III de Mónaco vivía tiempos de derrota.
Presidiendo un microestado en bancarrota y un pueblo pidiendo su independencia, necesitaba una forma de impulsar la decadente economía nacional. A su madre, la actriz francesa tornada Princesa Carolina -reconocida por tomar un rol activo en las políticas de Estado-, se le ocurrió la idea de abrir un casino. A pleno siglo XIX, estaba solo el Casino de Monte-Carlo rodeado en una ciudad de provincias: pero, con la apertura de líneas de ferrocarril que conectaban a Mónaco con sus vecinos y una imagen reforzada en parte a través de su implacable diplomacia, su distrito se convirtió en el eje del rebranding de una nación entera.
Mónaco y las Guerra Mundiales
La economía monegasca se orienta hoy en día hacia sectores financieros, servicios y bienes inmobiliarios.
Sin embargo, es un camino largo el que los ha mantenido ahí: no fue sino gracias a la ayuda de muchas de las consortes Princesas de Mónaco que la dinastía de los Grimaldi, caracterizada por sus herederos masculinos de gran tesón y carácter, encausaría el destino del principado hacia el éxito. Alberto se casaría por segunda vez en 1889. Marie Alice Heine, su segunda esposa, una americana que conservaba de su primer matrimonio un hijo y un título nobiliario, utilizó su impresionante conocimiento de negocios para volver a Mónaco en una capital de la cultura europea, con ópera, teatro y ballet, este último bajo la dirección de Sergei Diaghilev. En 1911, Alberto I creaba el famoso Rally de Monte Carlo.
Durante las décadas siguientes, con Louis II la reputación de Mónaco iría desvaneciéndose, a pesar de que la relevancia cultural de la capital monegasca sería reforzada bajo su tutela cuando, a partir de los 20’s, eventos como la creación del Mónaco Football Club, el primer Grand Prix de Monaco y, en 1931, la contratación de René Blum, quien iniciaría el Ballet de l’Opéra à Monte-Carlo.
Al final de la Segunda Guerra mundial, la ciudad de los Grimaldi sufría de la negligencia y perjudicial política externa del Príncipe durante sus últimos años. En 1949, Rainiero III heredó de su madre un principado casi en la bancarrota, habiendo tomado un golpe a su reputación y, más importantemente, la moral de su pueblo.
Mónaco y Hollywood: la Era de Oro del cine
Monte-Carlo seguía en pie; el tesoro del principado, despilfarrado. Tomando las riendas fieramente, con la muerte de su predecesor, a principios de los años 50´s el nuevo Príncipe, Rainiero III, emprendió negocios en alianza con el armador griego Aristóteles Onassis y construyendo por su cuenta varios hoteles y atracciones turísticas. Convirtió a Mónaco en uno de los países con mayor renta per cápita del mundo
No fue sino a través de otra actriz y americana princesa consorte que Mónaco resurgiría de sus cenizas. El matrimonio de Rainiero con la estrella de Hollywood Grace Kelly, en 1956, le dio la bienvenida a una Era de Oro en la reputación monegasca. Como sus predecesoras, Kelly no solo trajo consigo el glamur hollywoodense: con su trabajo caritativo exploró las maneras en que el distrito de Monte-Carlo podía ayudar a los necesitados. Muriendo trágicamente en un accidente automovilístico en sus proximidades, solo esto la detendría de regalarnos una película que, pareja real a su centro, cimentaría la simbiosis de Mónaco, su familia real y Monte-Carlo en el Olimpo cinematográfico, para la posteridad.
Hoy, bajo la tutela de su hijo Alberto II, Mónaco sigue al pie de cañón aún después de una larga pandemia.