Años sacándome los pillos con historias para no ser castigado.
Con el tiempo el concepto “mentiroso” fue sonando a menudo cuando se referían a mí. En mi defensa, nunca fui un mal cabro, ni ladrón (aunque sí me acusaron de serlo), ni estafador, ni político, ni nada de eso. Estoy seguro que todos en algún momento mentimos para salir del paso, era parte de la niñez ¿quién no lo hizo?. Prefiero la palabra “cuentero”.
Todo esto comenzó cuando sábado a sábado en mi casa escuchaba las historias de mis tíos. Sentado al lado de mi padre y engatusado con los relatos que escuchaba, me podía quedar horas junto a ellos. Nunca sabré si todo lo que contaban eran verdades y prefiero no saberlo. Son historias llenas de magia, que me regalan lindos recuerdos.
De ahí nace mi fanatismo el noble y gentil arte de contar historias que nunca existieron.
Retrocedo al año 2000. Cursaba segundo medio. Alejandro González, un gran amigo, me dice, “¿weón que libro leíste pal el miércoles?”, obvio que mi cara se desconfiguró por completo, con un poderoso flashback recordé que un mes atrás la profesora, nos pidió seleccionar un libro y hacer una presentación tipo resumen. Pues bien, a partir de ese momento, sólo tenía un día y medio para leer algo que no había hecho en un mes.
Buscando algún rincón de la casa donde me pueda caer y partir la cabeza para no ir al colegio durante toda la semana, se me ocurrió inventar un libro. Ya no era necesario romperme la cabeza, ahora era cosa de sentarme e imaginarme algo. Claramente dolería menos.
Sonaba la radio FM Hit, y dentro de toda la parrilla musical sonó “Eligiendo una reina” de los Chancho en Piedra. Y bueno, así se llamó mi libro inventado. El autor se llamaba James Bordin (La mezcla entre James Hetfield y Mike Bordin). Ya pasaron 18 años y ni recuerdo de que se trataba lo que inventé, pero si recuerdo que presenté el libro con una cartulina amarilla y de una manera bíblica. No me saqué un 7, pero sí fue una buena nota. No fue perfecta sólo porque no llevé el libro que obvio, nunca existió.
He creado tremendas historias, como la de una guagua que salvé cuando evacuaron el edificio por una fuga de gas, pasando por la “teoría de la tina” en plena reunión con cliente, hasta el trailer de una nueva serie de Netflix que supuestamente vi, y que la bajaron por lo agresiva que era. Pero ojo, soy de los que una vez que veo aprobación de la historia digo “es mentira” o “lo acabo de inventar”.
Asumo que todo esto es un arma de doble filo, corro el riesgo de que nunca más me crean algo. Por ejemplo, mi equipo en la agencia, no me creen que una vez bajé a estirar las piernas y junto a Felipe terminamos recorriendo todo el sector que nos rodea, buscando a una niña que se había perdido. Por eso debo ir con cuidado, con freno de mano, el relato de historias es un arte, lo vi en mi infancia, lo vivo ahora.
¿Mientes mucho cuando presentas campañas? me preguntaron una vez. No, yo no miento, invento historias para hacer más dinámica y divertida la venta. Es una especia de maquillaje, peluca y vestuario. No, no miento, relato historias que escuché alguna vez por ahí, la adapto al momento y con un grado de exageración trato de sacar sonrisas. No, no miento, es más me considero ridículamente honesto.
Todos, absolutamente todos hemos pasado por ese proceso creativo donde inventamos algo que nos saque de ese apuro. Mi invitación es a que miremos ese concepto como una maquinaria de desarrollo creativo de relatos. De eso se trata la redacción creativa, ¿o no?.
Muchas veces caminando por ahí, me encontré con malabaristas obscenamente talentosos. He visto volar cuchillos, palitroques, enanos de dos cabezas, zapatos y las infalibles antorchas. Realmente admiro mucho a la gente que tiene el talento a flor de piel. Cada persona tiene sus forma de mostrar sus habilidades. Unos cantando, otros haciendo reír, otros bailando y otros relatando historias.
A eso, hoy le llamamos Storytelling, pero no entraré en este campo minado, ya que creo que hay expertos en la materia que me podrían descuartizar si invento algo, pero me gusta la idea de creer que ese concepto lo arrastro desde niño, lo arrastro desde aquellas tertulias de sábados por la noche junto a los Landauro – Basadre.
Soy un convencido y el tiempo me lo ha demostrado. Un buen vendedor vende productos, pero los mejores vendedores, crean mitos, historias, figuras narrativas. El Joker por ejemplo bajo la interpretación de Heath Ledger siempre contó historias distintas sobre su “sonrisa” y lo que más me atrae de eso, es que cada uno de nosotros se queda con la versión que más nos gustó, queda a interpretación propia, como el arte, que según yo es la máxima expresión de emociones del artista, es propia y representativa del flujo de ideas que corre cada segundo por sus venas. Lo que veamos o interpretemos nosotros es otra cosa y muchas veces no estamos ni cerca de lo que quiso transmitir el artista. Por lo mismo, el relato de historias (la mentira blanca para otros) es un verdadero arte.
Ahora, mi relato/mentira ¿es una herramienta de venta?. Pues claro, lo único que debo hacer es que mi historia se vuelva tangible y obtenga resultados comerciales.
“Un buen equipo de ventas ya no puede estar armado por vendedores, debe estar armado por verdaderos poetas…”.
Ya no hay reunión que no vaya con un guión preparado. Ya entendí que el día que sólo quiera vender algo, es porque dejé tener cosas que contar y no, no pienso llegar a eso, no, no puedo llegar a eso.
Como storyteller me veo en la obligación de generar pánico psicológico y debo decirle a mi cliente que su marca puede ser el nuevo Blockbuster o Kodak del mercado si no sigue mi asesoría comunicacional. No es mentir, no es engañar, es usar el relato de historia como herramienta agresiva de venta y persuasión.
Yo no soy mentiroso, sólo que me gustan mucho las historias, sean verdad o no.
Yo no soy mentiroso, sólo que hoy es más fácil vender o ganar algo diciendo mentiras, ¿no me cree?, mire publicidad y escuche a los políticos.
Por Nicolás Landauro